Christie, Agatha
Para Hércules Poirot, aquel crimen era una cuestión de honor. La víctima, un millonario había contratado sus servicios, vía correspondencia, pero antes de que el detective llegara a entrevistarse con él, alguien tuvo la poca delicada ocurrencia de asesinar al cliente, clavándole una daga por la espalda. A primera vista, parece un crimen de fácil solución. Pero sólo a primera vista, porque no se trata del homicidio bien ordenado en el que, mediante la reflexión lógica, ayudada por un poco de intuición, se puede llegar al móvil y al asesino. Circunstancias inesperadas intervienen fortuitamente, para alterar la voluntad homicida del criminal y poner en el caso contingencias imprevistas ante las que se estrella el raciocinio de Poirot. Al producirse un segundo asesinato, tan imposible como el anterior, todas las teorías ideadas por el detective se vienen abajo y el desconcierto se enseñorea de su cerebro. Poirot tiene que recurrir aquí más a la sutileza mental y a la hipótesis aventurada que al racionamiento. Porque al intervenir la casualidad en la acción, todo se desbarata y, cada dos por tres, las células grises del investigador belga quedan en evidencia.