Simenon, Georges
Simenon concibió «El testamento», una de sus novelas más extensas, como un auténtico desafío. Rompiendo con lo que hasta ese momento había sido su norma —centrarse en un solo personaje—, recreó múltiples historias paralelas para plasmar, poco antes de la segunda guerra mundial, la decadencia de cierta burguesía que estaba a punto de desaparecer. Sin embargo, explorador apasionado de la psicología humana, acabó prestando más atención al laberinto mental de sus criaturas que a las costumbres y la época.
Cuando la viuda Donadieu y sus cuatro jóvenes hijos se reúnen para conocer el testamento del jefe del clan familiar —el armador Oscar Donadieu, muerto en circunstancias misteriosas—, ninguno de ellos puede sospechar hasta qué punto van a trastocarse sus grises y organizadas vidas provincianas. Nadie queda satisfecho y las pasiones se desatan. En efecto, las desconcertantes cláusulas de este testamento provocarán en cada miembro de la familia las reacciones más dispares: unos, presa de la ambición, los celos y el odio, harán lo que sea para gestionar la suculenta herencia, otros quedarán a merced de arribistas y seductores sin escrúpulos. Simenon parece conocer muy bien los estragos que un testamento puede provocar en una familia, por bien avenida que esté, cuando hay mucho dinero en juego.