Bekker, Cajus
Fue en 1886 cuando Heidrich Hertz comprobó, mediante experiencias realizadas en espacio cerrado, que las ondas electromagnéticas se reflejaban en los objetos conductores de la electrici¬dad. Dieciocho años después, el 30 de abril de 1904, el ingeniero alemán Christian Hülsmeyer, de Dusseldorf, obtenía, de la Oficina Imperial de Patentes, la Pa¬tente n.° 165.546, para Método de detec¬tar ante un observador objetos metálicos lejanos por medio de ondas eléctricas, y, el 18 de mayo de ese mismo año, realizaba la primera demostración de su aparato, en un puente sobre el Rhin, en Colonia. El objeto detectado fue un barquichuelo, que, a cincuenta metros del aparato de Hülsmeyer, puso en movi¬miento... ¡la campanilla con que iba provisto el ingenio! El invento de Hüls¬meyer, la Prensa reconoció que era “cu¬rioso”, simplemente. Treinta y seis años tendrían que trans¬currir hasta que, en 1940, otro ingenio mucho más complejo—el Würzburg— accionara no un badajo de campana, sino el percutor de un cañón antiaéreo ale-mán de calibre 8,8 cm., cuya granada iría a explotar, con diabólica precisión, en el avión inglés que, a miles de me¬tros, en la noche y envuelto en las nubes, había hecho que el cañón disparara. Hülsmeyer también estaba muy lejos de imaginar que, en la noche del 26 de diciembre de 1943, se hundiría en el Ártico el acorazado alemán Scharnhorst, blanco de los certeros cañonazos que, en la más espesa niebla, dispararía contra él el acorazado inglés Duke of York, que lo había detectado a cuarenta y dos kilómetros... Con el radar, el hombre había dejado de ser ciego en la noche y en la niebla... A los submarinos ya no les protegerían las aguas; los bombarderos dejarían de considerar la noche, las nubes y la nie¬bla como sus protectoras, pero, al mismo tiempo, sus bombas adquirirían una pre¬cisión como nunca habían soñado poder lograrla bombardeando de noche; los antiaéreos no mal emplearían ya sus gra¬nadas disparando más o menos al azar contra el zumbido de unos motores; los haces de los reflectores no surcarían la noche buscando aviones, sino que se dirigirían certeros hacia ellos... Pero, sobre todo, los aviones de Caza podrían ser utilizados con mortífera efi¬cacia en todo momento, fuese de día o fuese de noche, hubiera nubes o no las hubiera, hubiera luna o reinaran las tinieblas... Desde tierra, el control-radar les guiaría con toda precisión hacia el enemigo; después, su radar de a bordo entraría en acción y en su pantalla apa¬recería la mancha que anunciaba cuanto el piloto de caza nocturna deseaba saber de él: rumbo, altitud y distancia que los separaban... Luego, ya sólo era cues¬tión de oprimir los disparadores. Con Guerra en tinieblas, Cajus Bekker aporta a la literatura bélico-aeronáutica el libro que en ella faltaba: el de la Historia del Radar y su aplicación militar, pero en forma que no fuese un libro árido, apto solamente para Fa¬cultades de Ciencias o Escuelas de Vue¬lo sin Visibilidad, sino para todos los lectores. Guerra en tinieblas es un libro ameno, pero documentadísimo, que si se lee de un tirón no es porque sea breve—que no lo es—, sino porque apasiona al lector. En él, el aficionado a la literatura bélico-aeronáutica encontrará cuanto de¬seaba saber de la lucha entablada por los científicos alemanes e ingleses en busca de la aplicación militar del radar a los Servicios de Alerta, al bombardeo de precisión sin visibilidad y a la caza nocturna. Guerra en tinieblas también hubiéramos podido incluirla en nuestra Colección “La guerra en el mar”, pero, considerando que fue desde el aire des¬de donde mayores éxitos se obtuvieron contra los submarinos y los navíos de superficie durante la Segunda Guerra Mundial, hemos preferido unirla a los títulos publicados en nuestra Colec¬ción “La guerra aérea”.