Simon, Sacha

Los dirigentes, los buró— retas de los servicios ideológicos, los policías del KGB (Comité de Seguridad del Estado), todos los responsables, se coaligan para tergiversar a los extranjeros las realidades soviéticas, allá, la Verdad sale del pozo revestida con una camisa de ¿merza y con una cogulla. A veces, en la unanimidad de las aprobaciones de un pueblo «Í sigue las directivas del Partido, el occidental cree descubrir una queja, un suspiro de contestación. Retiene su aliento, pero los redobles de los tambores oficiales de la autosatisfacción se vuelven ensordecedores; no era más que la ilusión a una llamada de socorro. Sin embargo, si ha pasado largos dos en este país, en la mente del extranjero van urdiéndose ciertas certidumbres, terminando por vislumbrar la realidad. De este rompecabezas, pacientemente reunido, se desprende el perfil de un inmenso continente cuyos 60 000 kilómetros de fronteras costean Europa y, a 10 000 kilómetros más allá, se hunden en el océano Pacífico. Ciento treinta razas y grupos étnicos la habitan, y su único denominador común es la voluntad del Partido que condiciona su suerte. Un kombinat metalúrgico nace en la taigá siberiana, un mar artificial surge al pie del Ural, los investigadores improvisan aceites que no se hielan hasta los sesenta grados bajo cero, los jóvenes son condenados por el crimen de no adhesión, los cosmonautas se pasean por el espacio o son ametrallados «por equivocación» en el Kremlin, entusiastas pioneros desbrozan las lejanas tierras, una ama de casa debe hacer cola en Moscú para comprar limones, un sabio es resucitado después de cinco muertes clínicas, directores y obreros roban al Estado, los soldados hacen el juramento de morir por la Patria, los vividores alquilan a sus chicas a los extranjeros o les compran ropa interior de nylon, los dirigentes rugen, ordenan y prometen, los elegidos del pueblo gritan «burra», nacen niños, mueren hombres. Impasible en apariencia, frío y riguroso, el Partido se esfuerza en dominar ese hervidero humano, en darle una fachada de orden y de cohesión. En el Politburó del Comité central, los apasionados debates oponen a los «duros» y los «liberales», los tecnócratas y los políticos, y la Troika (Breznev, Kossyguin, Podgorny), jadeante, tira del carro del Estado por los caminos ideológicos trazados por Karl Marx y Lenin. Considerable responsabilidad, a la que se añade la de mantener la unanimidad del campo socialista. Ya que las ondas de choque repercuten de una a otra capital, y lo que pasa en Varsovia o en Praga es sentido en Moscú, al igual que lo que se decide en el Kremlin concierne directamente a las Democracias Populares. Al «Viva la libertad» de unos responden «Viva el orden socialista» los otros. Para intentar descubrir los arcanos de este caos aparente es preciso proceder por pequeñas etapas, ordenar sus razonamientos, comprender más que juzgar Intentémoslo.

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