Gerard, Nicole
Nicole Gérard es la autora y al mismo tiempo la protagonista de su propia obra. Así pues, el lector encontrará más talles acerca de su vida personal en el interior de la obra, se los que aquí se le pudieran ofrecer Pero no será ocioso insistir en la finalidad de su libro que, a pesar de las inevitables •referencias personales y biográficas, no es ni una justificación el hecho que la llevó a prisión, ni una biografía, ni mucho •renos una morbosa exhibición de intimidades. Es, sí, una denuncia estremecedora, violenta y apasionada, pero justa, realista y equilibrada de las condiciones de vida en las cárceles se mujeres. Hay muy pocas oportunidades de que alguno de estos documentos, escritos o inspirados por una mujer, llegue al lector medio. Es, desde luego, más frecuente y, en los últimos años, hasta exasperante, la aparición de «carreras» carcelarias masculinas que sólo buscan el negocio fácil de la prensa amarilla. La razón de esta diferencia puede ser la tradicional inferioridad en que la mujer se encuentra en nuestras sociedades con respecto al varón, y que le ha impedido o bien «caer en la cuenta» de la indignidad frecuente en que estaba sumergida, o en (en el caso de que se diera ese «caer en la cuenta») le ha imposibilitado materializar sus ideas en un documento de denuncia. No sabemos hasta qué punto ha influido el libro de Nicole Gérard en la tan jaleada reforma penitenciaria que estos días se estudia en la vecina Francia. Pero es seguro que no serán pocos los franceses, los europeos, los ciudadanos de todo el mundo que han tenido noticia fiel y fiable de lo que estaba ocurriendo en las cárceles de mujeres (también en las de hombres, pero sobre todo en las de mujeres), de nuestros países. Porque sería ingenuo y peligroso esconder la cabeza debajo del ala, o bajo la idea de que eso «sólo ocurre fuera». El libro de Nicole Gérard no es un libro subversivo, pero sí es un libro revulsivo, y hasta revolucionario. Está escrito para denunciar la traición al espíritu de las leyes, precisamente por parte de aquellos a quienes se ha encomendado su salvaguardia Se limita pues a exigir el cumplimiento de las declaraciones, protestas y actos de fe que aparecen en las leyes de todos los países, acerca de la dignidad del ser humano. Y nos hace ver lo fácil que es confundir —quizá voluntariamente— la justicia con la venganza, incluso entre quienes se han especializado en su distinción. En otro orden de cosas, vale la pena subrayar el coraje de una mujer que, aislada en un ambiente que parecía programado para degradarla, ha sabido salir engrandecida.