Correa Gil de Biedma, Federico
Costa cantábrica, 1970. Después de tres días desaparecida, el cuerpo de Alma Mateo, de trece años, aparece en la orilla del mar a los pies de un acantilado. Aún llevaba puesto el uniforme del internado El Bosque donde cursaba sus estudios de verano. Sobre su tumba, Leonora, la directora del pabellón femenino deposita un par de ramos; uno de rosas blancas y otro de rosas negras La investigación oficial llevada a cabo por la Guardia Civil, establece en su informe final que la causa de la muerte pudo deberse o bien a un suicidio, o a un mero accidente al caer al vacío. Sin embargo, a pesar del informe oficial, todo apunta a que las causas reales fueron otras bien distintas. Madrid, 1986. Aparecen en las calles de la capital los cadáveres de tres individuos sin aparente relación entre ellos. A simple vista, parecen meros suicidios, excepto para Rocío Prados, primera mujer en España que llega al cargo de subinspectora de policía. Sobre el cuerpo sin vida de cada uno de los fallecidos, hallan una rosa blanca y una rosa negra. De nuevo, la policía se encuentra con las manos atadas. Las altas instancias políticas, desean a toda costa interrumpir la investigación y dar el caso por cerrado. Rocío Prados no está por la labor, convencida de que las rosas no están ahí por casualidad, no parará hasta descubrir una relación directa entre el supuesto suicidio de Alma y los cadáveres aparecidos dieciséis años después. Abandonar no pasa por su cabeza.