Peña O.A.R., Angel

Marta permaneció cincuente años sin comer ni beber. Se mantenía todo el día en su oscura habitación, con las cortinas corridas, haciendo de freno a cualquier rayo de luz que se intentará colar. Siempre inmóvil, recostada en una cama de metro diez, con un par de almohadones que elevaban su espalda y sujetaban la cabeza, y con la mano derecha sobre la barriga. Las piernas en forma de M mayúscula, vueltas sobre sí misma y los muslos ligeramente doblados sobre la pelvis. Sin probar en todo el día ni comida ni bebida. Sin dormir ni poder ver. Vivía en una permanente oscuridad. Su trabajo era «recibir», y sus visitas apenas vislumbraban su cara. Marta Robin era sobre todo voz. Quienes la conocieron dicen de ella que modulaba gran cantidad de sonidos. Su voz podía pasar con gran facilidad de infantil, juguetona, tímida, dulce o melosa, a firme, voluminosa o directa. Lo que más sorprendía a los visitantes era ese cambio, a veces, brusco, del registro de voz. Tenía el don de consejo, de bilocación y de discernimiento de espíritus. Muchos hablan de milagros patentes realizados por su intercesión en vida y después de su muerte. Leer su vida es una bocanada de aire fresco para quienes no tienen fe o la tienen muy débil. Por ello, deseamos que ella les ayude a creer en Dios y a amarlo de todo corazón. Después de haber leído la vida de Marta Robin nos queda el sentimiento firme de que realmente el mundo espiritual es algo real, que las verdades de fe, que la Iglesia nos ha propuesto siempre, son verdad y que los que sólo creen en lo que se ve, en lo material, despreciando a los que creen, estan ciertamente equivocados por su ignorancia.

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