Heredia, Raquel
Raquel Heredia desnuda su ser más íntimo y dolorido ante los ojos de los lectores que, atónitos, descubran el escabroso relato que nos lanza: la historia de la enfermedad y muerte de su hija mayor, precedida de una larga y dramática agonía de 19 años atrapada en el mundo de la heroína Se trata de un libro testimonial, no de una novela de problemática social como otras tantas veces nos presentan muchas editoriales con el lema de “basado en hechos reales”. ¿Cuál es el término que defina mejor el estilo del que está impregnado el texto? Terriblemente sangriento y purulento, pues se nos hace desagradable pero adictivo a la vez. No deseamos contar más acerca de la trama del libro, porque queremos que los lectores lean, comenten y reflexionen sobre el texto y sobre lo que la autora nos quiere transmitir: el problema de la droga existe y no hacemos nada por evitarlo. ¿Alguien recuerda algún debate televisivo dedicado íntegramente al problema de la droga? Existen en nuestro panorama de visionado diario magazines que plantean dicotomías sociales “lights”como el problema del botellón, el que alguien se le meta un okupa en su piso, el adolescente contestón, etc. Pero a nadie se le ocurre plantear problemas reales. Uno que es matriz de otros tantos es el de la droga. No se trata porque no sería “políticamente correcto”. Por eso y porque mueve mucho dinero, como la prostitución, y a poco que se investigue se descubrirá a mucha gente “de pasta” en el ajo. Raquel Heredia, periodista y ducha en los medios de comunicación, ataca estas “normas sociales ordenadas” y esparce su vida y la de su familia ante nosotros. Si existieran más ejercicios de sinceridad como el que Heredia nos enseña, podríamos confirmar que estábamos anestesiados y que no mirábamos nuestras vergüenzas, sino que denunciábamos las de los demás. Una última cosa: perdonen el uso del signo ortográfico que encuadra a algunas expresiones de este artículo, pero únicamente tiene un uso sarcástico realzador y sirve para lanzarles la reflexión: acaso ¿no viven ustedes, lectores, sus vidas entre comillas?