Pullman, Philip
Era una tarde fría y obscura de principios de octubre, en 1872. Un cabriolé se acercaba a las oficinas de Lockhart y Selby, Agentes Marítimos, en Cheapside. La ciudad estaba en plena efervescencia, y el viento, que soplaba con fuerza, contribuía a esa frenética actividad. Los carruajes colapsaban las calles. El ruido constante, monótono, del ir y venir de las pesadas ruedas de los carruajes, el repiqueteo de los cascos de los caballos y el tintineo de los arreos mostraban perfectamente la agitación reinante. A cada instante morían y nacían grandes negocios…, el preludio de inmensas fortunas. Los mensajeros, empapados de sudor y extenuados, más que correr volaban de un lado a otro, entre el banco y la compañía naviera, el agente de seguros y la Bolsa, el abogado y el financiero; casi tan rápido como las bolsas de cuero, bien cerradas y llenas de billetes, que salían succionadas por los tubos neumáticos que acababan de instalar en las paredes de Crouch’s Emporium, La–tienda–que–lo–vende–todo, en la esquina de Holborn y Chancery Lane.