Bueno, José

En el siglo VI a. de C. Roma era una pequeña aldea de labradores y pastores sometida a la influencia de los etruscos. Cinco siglos después aquel villorrio se había transformado en una de las más bellas ciudades del mundo, capital del más extenso y poderoso Imperio de la Antigüedad. La ascensión de Roma fue un «vasto sistema de incorporación», como la llamó Mommsen, realizada con eficacia y energía, con iniciativas tan audaces como oportunas, con inhumana crueldad. Los romanos aprovecharon, cuando no provocaron, las discordias de sus adversarios para vencerlos, sometiéndolos a una opresión despiadada para el pueblo y moderada para la nobleza. Derrotando a Pirro, los romanos se apropiaron las ricas colonias griegas del sur de Italia. Venciendo a Cartago, se posesionaron de las riberas del Mediterráneo occidental. Las guerras contra Filipo de ‑Macedonia, Antíoco III de Siria y Mitrídates del Ponto permitieron a Roma someter la parte más extensa del mundo helenístico. El dominio de Roma tanto como una empresa militar fue una nueva ordenación del mundo mediterráneo, que consolidaba el poder de las oligarquías de las ciudades vencidas y aseguraba la sumisión de las clases inferiores. César y Augusto completaron la edificación del Imperio con las conquistas de la Galia, del resto de Hispania, de Egipto. El Mediterráneo se convirtió en un mar romano, el eje vertebral del Imperio. El peso substancial de la brillante civilización helenística quedó compensado por la romanización del Africa occidental, de Hispania, de la Galia, de Britania La ciudad de Roma fue el centro geopolítico de esta integración, obra maestra del genio político romano

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