Grimal, Pierre
Una loba amamanta a dos recién nacidos. Los tres se encuentran guarecidos bajo una roca, a la orilla de un río. En el cielo, sobre ellos, vela un dios. En la mano izquierda lleva un gran escudo, en la derecha una lanza v en la cabeza un casco. A lo lejos, medio oculta por los arbustos que bordean el río, una joven los busca. La loba permanece inmóvil. Su cometido está a punto de terminar. Los niños serán devueltos a su madre v sus destinos podrán cumplirse. La loba volverá a su bosque, el dios finalizará su guardia y desaparecerá. Las armas que lleva indican que no es otro que Marte, el dios de la guerra. Pero está ahí para proteger, no para luchar, a menos que aparezca algún bandido y amenace a los niños. Así es como empezó todo. Por lo menos así es como lo contaban, hace más de dos mil años, en un pueblecito de Italia situado en lo alto de una colina, no muy lejos de un río presa de cóleras repentinas. Cuando sus aguas, henchidas por la tormenta, desbordaban las orillas, todo el valle se convertía en lago. Ese pueblo, nadie sabe por qué, se llama Roma. La historia que le aguardaba marcaría para siempre la de los hombres.