Bottero, Jean

Los grandes descubrimientos de la historia, reservados en principio a los profesionales —demasiado pacientes, circunspectos y condicionados por su minucioso trabajo de búsqueda para andar pregonándolos—, tienen habitualmente necesidad de una larga maduración. Permanecen durante mucho tiempo en el secreto y se revelan sin estruendo. Ha sido preciso un siglo y medio de hallazgos, de genio, de excavaciones y de esfuerzos, para enterarnos de que disponíamos de nuestras más remotas credenciales de familia, los de nuestros más antiguos ancestros identificables en línea ascendente directa. Ellos fueron los venerables creadores y portadores de la antigua y brillante civilización de Mesopotamia, nacida en el paso del cuarto al tercer milenio, desaparecida poco antes de nuestra era, y de la que nos queda un gigantesco botín arqueológico y medio millón de documentos descifrables. Mesopotamia no solamente inventó la escritura y, con ella, una nueva forma de pensar, de analizar y de ordenar el mundo. Fue también el crisol de la religión más antigua que se conoce. Religión entendida en el sentido más estricto: un panteón de divinidades en el que a cada uno se le atribuye un papel y una función propias, en el que la intercesión se obtiene por medio de ritos codificados, y donde las voluntades se manifiestan a través de signos que sólo una clase de sacerdotes sabe interpretar. Divinidades accesibles, cuyo mundo está en el origen del mundo de los humanos y cuyas estructuras jerárquicas modelan las del universo político y social terrestre. Divinidades presentes, activas, y a corta distancia del ser humano, hasta el punto de que éste tiene la posibilidad de elegir, según las circunstancias de su vida, aquel o aquella al que reservará una devoción particular. Una religión que inventa ritos, relatos (como el del diluvio), epopeyas (como la de la creación o la del nacimiento del trabajo), y en la que, por contaminación, las religiones de los países vecinos, con civilizaciones menos elaboradas, se inspiraron o adaptaron. Una religión creíble, en realidad el primer sistema de creencias fuertemente elaborado, que fue el crisol del que ha moldeado nuestro mundo: el monoteísmo.

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