Pascal, Blaise
Tras la muerte de Blaise Pascal (1623-1662) la familia encontró unos manuscritos en los que se recogía de manera más o menos esquemática un amplio proyecto de apología cristiana, recortado en temas por el propio autor. Los papeles manuscritos (no todos autógrafos, pues a menudo Pascal dictaba) fueron recogidos por Florindo Périer, el ejecutor testamentario. Los hay desde 1651 hasta la muerte de Pascal, y algunos escritos, completados o corregidos en distintas épocas. Pascal, que había abandonado muy joven el estudio de las matemáticas, de la física y de las otras ciencias profanas, en las cuales había realizado gran progreso y obtenido grandes logros; empezó, hacia los treinta años, a dedicarse a temas más profundos y más nobles espiritualmente. A estudiar, en la medida en que su salud se lo pudo permitir: las Escrituras, los Padres de la Iglesia y la moral cristiana, incluyendo el Islam, Mahoma y el Corán. El transcurso del tiempo no sólo no ha disminuido su vigencia, sino que incluso la ha potenciado, hasta el punto de que tal vez sea en nuestra época cuando sus ideas han calado de forma más profunda. Esta obra inconclusa es uno de los grandes monumentos de la literatura francesa y, a la vez, una fuente inagotable de reflexión, debate y comentario. Este no es un libro póstumo sino que son la reunión de las notas y observaciones recogidas por Pascal para escribir un libro que, desde la heterodoxia de la escuela jansenista de Port-Royal, pretendía hacer la apología de la religión cristiana. Lo que se encontró a su muerte apenas consistía en un montón de pensamientos apartados para una gran obra. Bajo la apología de la religión cristiana, subyace una visión totalmente nueva del hombre, considerado desde el ascetismo jansenista. Pascal recoge, por ejemplo: la agitación, la inquietud, que motiva la constante huida del hombre fuera de sí para evitar verse, mirarse en el espejo propio. El hombre no es más que una caña, el más débil de los seres creados, pero una caña pensante...