Morrow, James

Dios ha muerto y su cadáver de 3 kilómetros de longitud se encuentra situado a unos cientos de millas de la costa africana, flotando a la deriva en el mar. Los ángeles, que poco a poco van muriendo por empatía, deciden excavar una tumba para Él en una isla más allá del círculo polar ártico, y para llevarlo hasta allí utilizan al Vaticano, que debe organizar el transporte. Está claro que a las altas esferas eclesiásticas no les hace demasiada gracia descubrir la muerte del Señor y no saben muy bien qué hacer con él, porque muerto Dios, ¿tiene algún sentido seguir practicando los diferentes sacramentos o las simples oraciones? ¿Realmente puede la Iglesia sobrevivir a la muerte del Creador?

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