Fielding, Henry

Tom Jones es una obra de una magnitud casi inabarcable. Al estilo de las mejores novelas, en ella se puede encontrar de todo, desde las (inevitables) reflexiones del autor hasta las aventuras más desquiciantes, pasando por parlamentos llenos de humor, peleas, persecuciones y, por supuesto, amores y desamores. Todo ello, claro está, narrado con la parsimonia y prosodia de un autor del siglo XVIII, características que no constituyen un peso para la lectura, sino todo lo contrario. Fielding fue uno de los primeros escritores en darse cuenta del inmenso campo de pruebas que era la novela y, al estilo de lo que haría poco después Laurence Sterne en su Tristram Shandy, explotó muchas de las posibilidades que se le ofrecían. Él mismo lo enuncia en uno de los capítulos-prólogo que componen la obra: «Como soy el fundador de un nuevo género de escritura, soy libre de dictar las leyes por las que se ha de regir.»Así, el libro es un prodigioso artefacto narrativo, con una historia central (los amores desventurados entre Sophia Western y Tom Jones) que se desarrolla con una continuidad exquisita y que, sin embargo, da lugar a multitud de subtramas que complementan a aquélla y que enriquecen el todo. Cada elemento añadido aporta algo sustancial a la aventura sin que el lector tenga la sensación de perderse (algo meritorio en un libro de más de setecientas páginas) y sirve al autor para presentar nuevas tesis. Fielding configuró el texto con un esquema muy estricto que funciona a la perfección, construyendo así una novela total -que sería una manera de decir «novela perfecta», creo- que evoluciona con precisión de relojero y embelesa casi desde la primera línea.Por supuesto, el humor está presente a lo largo de todo el libro y es uno de los pilares del mismo. Hay personajes realmente hilarantes, como Partridge, el criado de Jones (una suerte de Sancho Panza británico), que se dedica a quebrar la paciencia de su compañero con su verborrea desbordante y sus inagotables citas en latín; o el señor Western, padre de la inocente Sophia, un compendio de malos modos, borrachín y aficionado a la caza, que protagoniza algunas de las escenas más desopilantes de la obra. La capacidad para la sátira de Fielding es inagotables: todas las clases sociales salen malparadas de su aparición y apenas hay personaje al que en un momento u otro no se ponga en la picota.De hecho, las imperfecciones de los personajes (sobre todo de los protagonistas, y más en concreto de los masculinos) constituyen uno de los elementos que convierten a Tom Jones en una novela realmente moderna. El autor supo sacar mucho jugo de la doble moral del ser humano, de la inevitable tendencia a la contradicción y de la debilidad ante la tentación; los héroes de esta historia ceden a impulsos censurables (al menos desde el punto de vista moral de la época) y no siempre actúan como cabría suponer. Fielding pone de relieve la inconstancia del alma a través de unas aventuras cómicas, sí, pero con un fondo de sátira inteligente nada desdeñable. Es relevante, además, el hecho de que sean las mujeres de esta historia las que aparezcan como modelo de conducta y que se las juzgue con una mirada muy adelantada. El tutor de Tom, el señor Allworthy (su apellido indica ya muchas cosas), pondera sabiamente la conducta de la madre del joven, a la que se acusa de concebir un hijo de soltera; asimismo, convence al padre de Sophia para que le permita casarse con quien crea conveniente; la propia tía de Sophia se enfrenta a su hermano para defender la posición social de la mujer como un miembro más de la sociedad, con los mismos derechos y deberes que los hombres.Sería imposible comentar aquí todas las virtudes de una novela como Tom Jones. Valga como resumen el hecho de que es un libro divertidísimo, que no ha perdido ni un ápice de su frescura y que deparará muchos ratos de diversión a cualquiera que se acerque a él. Toda una obra maestra.

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