Robeson, Kenneth

Cuando el aeroplano aterrizó en la rastrojera del campo de avena de un granero, cerca de San Luis, eran alrededor de las diez de la mañana. El granjero había llevado allí su ganado para que pastase, y entre los animales que componían su manada había un toro feroz que acometía furiosamente a todos los desconocidos.
El toro acometió al aviador y éste lo mató con una azagaya.
Naturalmente, el granjero se sorprendió. Había presenciado el incidente desde su principio, y su sorpresa no fue originada por el hecho de que el aviador matase al toro; si el matador hubiera utilizado una pistola para matar al animal, la cosa no habría sido extraordinaria. Lo extraño fue que lo hiciese con una azagaya.
El arma era pequeña; apenas tendría unos siete pies de longitud, y no era muy pesada. Cuando arrojó el venablo, el matador utilizó un recurso especial: un palo de la misma longitud que su brazo provisto en uno de sus extremos de dos correas en forma de gancho en las que introdujo los dedos primeros de la mano para poder sujetarlo con firmeza, mientras que el otro extremo del palo tenía una forma de horquilla destinada a agarrar la azagaya. Había un algo primitivo en todo ello.

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