Robeson, Kenneth
León Bell era empleado del mostrador de una estafeta de Telégrafos de Boston. León era sereno. Desde luego, no creía en fantasmas. Por lo menos, no creía en fantasmas a las diez en punto de la noche, cuando pasó a lo largo del mostrador poniendo derechos los blocs de hojas en blanco para telegramas.
A las diez y cinco, la incredulidad de León recibió un rudo golpe.
Daba la casualidad que León Bell era un joven ambicioso que había estudiado todas las martingalas del comerciante y, por consiguiente, conocía la importancia de estudiar la conveniencia del cliente hasta en los detalles más pequeños.
Era costumbre suya colocar tres o cuatro libros de hojas de telegramas sobre el mostrador para que los que quisieran expedirlos no tuviesen mas que acercarse al mostrador y ponerse a escribir.