Robeson, Kenneth
Era una noche gris, de llovizna, llena de sombras fantasmales. La lluvia se desplomaba en ráfagas, quedando la mayor parte del tiempo suspendida en el aire, en forma de niebla que los periódicos el día siguiente calificaron de la “niebla” más espesa que se recuerda.
El tráfico del puerto estaba casi paralizado; tan sólo los capitanes temerarios, o los obligados por pura necesidad, navegaban lenta y cautelosamente.
Las sirenas de las embarcaciones semejaban gemidos de tétricos fantasmas.
Una de ellas era en grado especial, persistente. Tenía la voz estridente de los silbatos de niebla de los remolcadores y avanzaba atravesando los Estrechos, procedente de alta mar, a una velocidad escalofriante para 10 marinos que conocían los peligros de la niebla.
Había algo de empavorecido, algo de imperioso, en el sonido de la sirena de aquel remolcador. Un guardacostas, se aproximó a investigar el origen de aquel sonido extraordinario.