Robeson, Kenneth

Una helada, pétrea expresión, endurecía el semblante del caballero alto y sus ojos oscuros giraban en las órbitas, desasosegados, intranquilos. A los costados de su cuerpo unas manos heladas, descoloridas, pendían inertes...
Que el caballero estaba alarmado y un si es no es caviloso, era evidente.
Cualquier persona observadora se hubiera dado cuenta de ello. Mas no existían personas observadoras entre la multitud de taquígrafas, mecanógrafas y escribientes que pululaban en las oficinas de “Los siete mares” y por ello las sonrisas dirigidas al caballero fueron las que dirigen en tales ocasiones los empleados faltos de energía a un superior intransigente.

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