Zacharie de Baralt, Blanche

Recuerdo, como si fuese ayer, la primera vez que vi a Martí. Era yo jovencita de dieciocho años, y le fui presentada en una reunión. No tenía ausencias de él; era para mí un señor cualquiera, un encuentro fortuito de sociedad. Mas a los pocos minutos de conversación, con habilidad que no he visto igualada, sin interrogatorio, había averiguado cuáles eran mis gustos, mis inclinaciones, mis esperanzas. Tocó la nota del arte, me habló precisamente de las obras que me apasionaban. Discutió conmigo cuadros, música y libros, de la manera más natural, con absoluta sencillez, sin hacerme sentir la diferencia que había entre una niña y un sabio.

Del mismo modo se hizo conocer de mí. Pude apreciar al instante que era un hombre superior, de vastos conocimientos y de alma grande. Nunca desmintió aquella impresión primera.

No quisiera dar aquí una idea de frivolidad en Martí, sino indicar las mil facetas de su espíritu abierto a todas las manifestaciones de la vida...

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