Eaton, George L.

Empezaron los sucesos en la población de Westover, en el norte de Michigan. Aquel miércoles, por la tarde, llovía a torrentes, y el pequeño edificio de una planta y de una sola estancia, dedicado a estafeta de correos, estaba desierto de clientes. El viejo Patrón Murdock, jefe de correos, de cabellos canos, estaba sentado en la parte posterior, en un sillón de mimbre bastante estropeado. Tenía cerrados sus hundidos ojos y las gafas apoyadas hacia la mitad de su larga nariz. Perezosamente escuchaba el tamborileo de la lluvia, sobre el tejado de plancha de cinc y extendió sus piernas, envaradas por la edad, hacia el calorífero de petróleo, que estaba ardiendo, y luego bostezó.
Sobre la estufa había puesto un escalfador a fin de calentar el agua para el té de la tarde, y del pitorro salía un continuado chorro de vapor.
Empezaba a gorgotear suavemente el agua cuando el viejo Patrón oyó que la puerta de la calle se abría y se cerraba en seguida. Dio un suspiro, guiñó los cansados ojos azules y, con algún esfuerzo, se puso en pie.
Vio a un hombre de estrecha cintura, que entraba presuroso y se dirigía hacia la ventanilla correspondiente a la pared en que estaban los buzones.

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