Eaton, George L.
Taggart Bone ocupaba la cabecera de la mesa, magníficamente servida, del comedor de su yate Priscila, de sesenta metros de eslora y provisto de motores de aceite pesado.
Las cuatro esposas de los altos funcionarios gubernamentales, sentadas en torno de la mesa, observaban, con la mayor envidia, el tacto y la habilidad con que Taggart Bone desempeñaba sus funciones de anfitrión. El menú era magnífico, los vinos excelentes y el servicio perfecto. Pero, además de todo eso, la conversación y el ingenio de Taggart Bone eran, realmente, brillantes.
Sabía conversar con una persona y, al mismo tiempo, observar los deseos de otro que se hallara en el extremo opuesto de la mesa. Era un anfitrión perfecto. Tal como todas las mujeres allí reunidas deseaban que fuesen sus esposos.
Era tan vasta su experiencia, que podía tratar los más diversos temas. Y en todos sus relatos, sabía evitar el odioso “yo”.