Eaton, George L.
Jaggar Mace sonreía al guardar nuevamente su pistola automática en la funda, es decir, que sus labios se contraían de un modo que podía tomarse por sonrisa. Pero sus ojos, verde grises, contradecían tal impresión, porque estaban entornados como los de un felino de la selva, que se dispone a matar y eran casi tan malignos y mal intencionados como los de la fiera.
Mace observó el cuerpo de Thompson, su último socio, mientras se retorcía convulsivo, para un instante después, quedar inmóvil. Le había disparado tres tiros: al estómago, al corazón y entre los ojos. Y cualquiera de estas heridas era mortal.
Pasando por encima del cadáver, Mace lo hizo rodar con sus pies y luego llamó a su «boy» negro, Milik. Éste dejó caer su bomerang al salir de entre las matas para acudir. Su boca enorme y saliente y sus ojos huidizos mostraban su temor mientras avanzaba hacia el muerto.