Eaton, George L.
Eran las once de la mañana; Goreli, en la Siberia del Norte, era una extensión ilimitada de nieve deslumbradora. El cielo parecía una enorme cúpula de color azul claro, en la que resplandecía un sol frío. El termómetro señalaba 36º bajo cero.
El dirigible “Estrella del Norte” se elevó lentamente a quinientos metros desde el hangar cubierto de nieve. Su casco, en forma de cigarro, resplandecía a la luz del sol. La pequeña tripulación de tierra tenía los ojos fijos en las alturas.
Cleon Muskett, el comandante del dirigible, se asomó por una ventana de la cámara y, a gritos, dio la orden de soltar. Su boca proyectó un vapor blanquecino y las palabras que pronunció fueron transmitidas a tierra por el aire acelerado a causa de la agitación producida por los cuatro motores del aparato.