Eaton, George L.
Bill Barnes se inclinó hacia delante en el asiento del piloto del gigantesco aeroplano de transporte completamente metálico, y miró a través del grueso cristal de la izquierda de la carlinga. Debajo del aparato se extendía una enorme masa de cúmulos.
Más abajo no se divisaba siquiera la tierra, pues la ocultaba aquella espesa cortina blanca. Por arriba, el cielo aparecía como una enorme bóveda de color azul claro y el cálido sol de una mañana de junio se reflejaba en las esbeltas y metálicas alas del gigantesco aparato de transporte.
Los ojos del famoso as estaban semi cerrados, cuando los volvió hacia el círculo iridiscente trazado por la hélice del motor del ala izquierda. Entonces el aviador examinó el aire hacia delante y a la derecha. No vio nada inquietante ni amenazador. Una arruga apareció en su frente y sus ojos mostraron cierta preocupación.