Eaton, George L.

«Arroja una piedra en un vasto y profundo lago y sus círculos llegarán hasta las orillas más lejanas». Así dice un antiguo proverbio chino. Se encontró una piedra en África del Sur. Era un diamante. Pero no un diamante vulgar y corriente, sino una piedra mayor que el famoso Culliman. Sin embargo, no era esto lo más extraordinario.
Aunque el tamaño del recién descubierto diamante superaba a casi todos los conocidos,el técnico de la gran Compañía Minera de Beers declaró que era sólo el fragmento de una piedra mucho mayor. Y esa piedra fue arrojada al vacío. ¡La robaron! Los círculos notificando su desaparición se extendieron con rapidez a través de Africa, India y China, llegando hasta los muros de una ciudad casi perdida bajo las arenas del desierto del Gobi, en la remota Mongolia.
Y en Mongolia, fantástico país de las vastas estepas, de demonios y brujería, patria de Genghis Khan y de la horda mongol que arrasó al mundo antiguo, los círculos hallaron las orillas donde desvanecerse.
La historia se borró del recuerdo de los hombres blancos, pero la pequeña ola formada por ella, atravesó Shangai, balanceando en sus amarras a una flota de hidroplanos amarados en el puerto. Y pasando más allá de ellos, penetró por un cuartito del segundo piso del edificio del consulado inglés en Shangai.

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