Eaton, George L.

-¡Maldita sea mi estampa!-exclamó Shorty Hassfurther-. Es la cosa más extraña que he oído.
Hallábanse en la sala de mandos del campo de aviación de Long Island, de Bill Barres, que ya empezaba a ser conocido internacionalmente. Red Gleason levantó los ojos con expresión irónica, aunque tenía un genio muy vivo.
Todos querían a Shorty, quien a la sazón leía un periódico de la mañana.
-¡Es extrañísimo!-anunció-. Esta es la segunda vez que alguien ha bombardeado una de las capitales de la América del Sur.

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