Gridley, Austin

El tren de carretas avanzó, chirriando, hacia Mineral Point. Los hombres que lo acompañaban, iban con los músculos en tensión. En todos los rostros se reflejaba una honda preocupación y no había entre todos, nadie que no tuviese los labios fuertemente apretados. Eran aquellos hombres «desuella mulas», como llamaban en el Suroeste a los carreros más curtidos.
Sabían poblar el aire de recias imprecaciones; nadie mejor que ellos para defenderse a puñetazo limpio en una riña de taberna; pero no ignoraban cuan imposible resulta discutir con las balas y sabían perfectamente, que, de un momento a otro, podían empezar a llover sobre ellos proyectiles en la oscuridad.
La luna, en cuarto creciente, rasgaba la oscura bóveda del firmamento. Delante de ellos, sobre Mineral Point, al parecer, veíase un manchón de nubes. Eran negras, color de muerte.

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