Gridley, Austin
Enormes peñascos alzaban sus cimas a ambos lados de las sendas que la Naturaleza había trazado a través de la Montaña Rocosa. Algunos de ellos estaban engarzados en las altas paredes de arenisca como joyas de oro viejo, y otras que pesaban varios millares de toneladas, parecían estar equilibrados sobre una punta, de modo tan incierto y amenazador, que daban la impresión de que sólo el repiqueteo de los cascos de los caballos iban a precipitarlos sobre jinetes y monturas.
El sheriff Pete Rice, a pesar de eso, mascaba plácidamente su habitual chicle, mientras hacía galopar su caballo alazán por la senda. Probablemente nunca pensó en la amenaza de tales rocas situadas a semejante altura, o si lo hizo confiaba, sin duda, en que, después de haber permanecido largos siglos donde estaban, por lo menos continuarían allí hasta que hubiese pasado él.