Gridley, Austin
El jinete no economizaba las fuerzas de su caballo ni las suyas. Los herrados cascos del animal batían rítmicamente la tierra, levantando, de vez en cuando, fugaces chispas de las graníticas rocas.
Los herbosos terrenos, con sus grandes matas de artemisa, única vegetación de aquel lugar, habían quedado ya atrás.
La vasta desolación del desierto, hogar de las serpientes de cascabel, de los escorpiones y, a veces, de hombres más terribles y venenosos que estos animales, se extendía, entonces, ante él.
Por entre los cactos, mezquites y palos verdes que, como martirizados fantasmas, se erguían en la inmensa planicie, el viento susurraba, levantando nubes de finísima arena.