Paracelso

El Libro de las Ninfas, los Silfos, los Pigmeos, las Salamandras y los demás espíritus es una de las obras de Paracelso que más han influido en los cuentos y leyendas de tradición popular. Su lectura nos sumerge en los brumosos torbellinos de los arquetipos ancestrales, en el universo mágico de lo maravilloso, de lo sobrenatural. Goethe, los hermanos Grimm, Heine y todos los autores que posteriormente se han referido al mundo de las hadas, las ninfas, los elementales y los espíritus, se han basado en esta apasionante obra traducida y anotada por Pedro Gálvez. Una obra que, hasta la presesnte edición, ha sido inédita en lengua castellana y que ahora presentamos junto con una reproducción del texto original. Paracelso (1493-1541) fue un alquimista, médico y astrólogo suizo.1 Fue conocido presuntamente por haber logrado la transmutación del plomo en oro mediante procedimientos alquimistas y por haberle dado al zinc su nombre, llamándolo zincum. Estaba contra la idea que entonces tenían los médicos de que la cirugía era una actividad marginal relegada a los barberos. Sus investigaciones se volcaron sobre todo en el campo de la mineralogía. Viajó bastante, en busca del conocimiento de la alquimia. Produjo remedios o medicamentos con la ayuda de los minerales para destinarlos a la lucha del cuerpo contra la enfermedad. Otro aporte a la medicina moderna fue la introducción del término sinovial; de allí el líquido sinovial, que lubrica las articulaciones. Además estudió y descubrió las características de muchas enfermedades (sífilis y bocio entre otras) y para combatirlas se sirvió del azufre y el mercurio. Se dice que Paracelso fue un precursor de la homeopatía, pues aseguraba que «lo parejo cura lo parejo» y en esa teoría fundamentaba la fabricación de sus medicinas. Lo que le importaba a él en primer lugar era el orden cósmico, que encontró en la tradición astrológica. La doctrina del Astrum in corpore es su idea capital y más querida. Fiel a la concepción del hombre como microcosmos, puso el firmamento en el cuerpo del hombre y lo designó como Astrum o Sydus. Fue para él un cielo endosomatico cuyo curso estelar no coincide con el cielo astronómico sino con la constelación individual que comienza con el «Ascendente» u horóscopo.

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