Aira, César
Parientes en un improbable árbol genealógico, que reúne al azar primos de príncipes de Petersburgo y cabecitas negras de las provincias, el Conde Vladimir Hilario Orlov, aristócrata del arte del relato, y Don Aniceto, gaucho viejo y socarrón, sobrellevan la velada con una auténtica —tan irónica como cortés— payada estilística: de un lado, la narración improvisada, de comienzo realista y final fantástico, hecha de misterio, sutileza y elegantes asimetrías, del otro, en desafiante contrapunto, la historia proletaria y miserabilista, cruel y transparente, del pobre marginal. Mientras tanto, una sola expectativa, un solo miedo visceral, ocupa masivamente la atención flotante del Conde, nueva encarnación del monstruo airiano y cultor —seguramente— de la ley suprema del astuto balzaciano —el secreto—: el terror a la revelación. Harán falta no poco virtuosismo y una buena dosis de elegancia —años, tal vez, de virtuosismo y de elegancia— para que la proliferación del relato no acabe en confesión.