Gridley, Austin

El potro mesteño estaba agotado. Su jinete iba moribundo. Él lo sabía. Unas horas antes una bala había perforado su espalda, alojándosele cerca del corazón.
Consiguió volverse sobre la silla y lanzó una larga mirada a sus perseguidores.
Los bandidos estaban cada vez más cerca. Sus sombreros, de picuda copa y alas adornadas con borlas, asomaban ya por una eminencia del camino, tras el jinete que huía.
Brillaban en sus diestras manos los largos cañones de los Colts. Se oían sus gritos de amenazas en mejicano. Muchas millas llevaba el fugitivo corriendo a tan agotador galope, con la muerte a punto de detener su carrera. Cubría el polvo del camino sus espesas cejas y sus viriles mostachos.

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