Grant, Maxwell
Henric Werndorff, capitán del «Europa», estaba sentado ante un pequeño escritorio en su camarote del gigantesco dirigible. La inmensa nave aérea descansaba en su cobertizo de Friedrichshafen, y desde la ventanilla de su camarote el capitán veía, a unos metros de distancia, el suelo sombrío, donde a intervalos pasaban y volvían a pasar algunos obreros. Era aquella la noche anterior a la salida del dirigible.
El capitán Werndorff estaba nervioso, cosa inusitada en él. Veterano de numerosos vuelos transatlánticos y en la actualidad comandante del más moderno y valioso dirigible que nunca se construyera, no había motivo aparente para que Werndorff sintiera aprensión algunas y, no obstante, el rostro macizo del capitán tenía una expresión tan seria que rayaba en la ansiedad.
Llamaron a la puerta del camarote y volviéndose en su silla, Werndorff ordenó en voz baja y gutural a su visita que entrara. Un joven, portador de un uniforme bien ajustado, entró y saludó militarmente. Era el teniente Carl Salzburg, segundo oficial a bordo del «Europa».