Grant, Maxwell
Una hilera doble de taxis y automóviles particulares se detuvo delante del Hotel Metrolite. Zumbaron los motores y sonaron
ruidosamente las bocinas, mientras los conductores, impacientes, aguardaban a que se despejara el trafico de Broadway.
Se encontraban en el centro de uno de los tapones de tráfico que congestionan, todas las noches, las calles de Manhattan.
En un coche, un hombre se inclinó hacia delante y habló con el conductor.
Era tersa su voz cuando tendió un billete de un dólar y dio una orden.
-Eso es lo bastante cerca-dijo-. Me apearé aquí. Iré a pie hasta el hotel.
El conductor aceptó el dinero; el pasajero abandonó el coche y pasó por entre los vehículos parados hasta llegar a la acera cerca del Hotel Metrolite.
Con rápido paso recorrió los últimos metros y entró por la puerta giratoria.
El Metrolite era uno de los hoteles más nuevos y populares de Manhattan, que se especializaba en precios razonables. Su vestíbulo, aunque no era muy grande, estaba elegantemente amueblado y constantemente frecuentado por la gente. La llegada de un individuo no era cosa que pudiera llamar especial atención.