Grant, Maxwell

-¡Soy Florecilla!
Una voz fría, chillona, farfullaba en la sobrecogedora oscuridad. Al cesar la voz aguda, prevaleció un silencio espectral.
-¡Soy Florecilla!
El grito repetido era como el extraño eco de la primera llamada de ultratumba.
Luego, cuando dejó de oírse la llamada, una pregunta baja y trémula surgió le entre las personas sentadas en el oscuro círculo.
-¿Tienes un mensaje para mí?
Era una mujer quien hizo la pregunta. Su tono indicaba que era una creyente sincera. El auditorio aguardó. La voz de Florecilla pareció rasgar las tinieblas.
-Tengo un mensaje de J. H.-decía-. Quiere hablar con alguien que está aquí.
Alguien a quien no puede ver. Alguien que le amó en el plano material. Dice que es J. H. Dice que quien le ama sabía...
-Reconozco a J. H. -murmuró la voz femenina-. Yo soy aquella persona a quien él querría hablar. Por favor, Florecilla... tráeme su mensaje, por favor...
La voz suplicante acabó en abogado sollozo. La mujer no pudo hablar más; estaba embargada de emoción.

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