Grant, Maxwell
La mano que empuñaba la llave temblaba. Tras no pocos trabajos consiguió hacerla entrar en la cerradura. Un hombre de elevada estatura penetró en el oscuro vestíbulo y cerró la puerta tras él. Un ligero suspiro salió de sus resecos y delgados labios, que sobresalían de la gruesa bufanda que le cubría el cuello y aun la barba. Aquel hombre avanzó lentamente por el vestíbulo. Al llegar al pie de la escalera se volvió receloso y lanzó una mirada de soslayo a al puerta que dejara a su espalda. El cristal del montante le inquietaba. Por él penetraba la débil luz exterior que iluminaba vagamente el sombrío vestíbulo, constituyendo una verdadera claraboya. Recordó el nerviosismo que le acometiera.