Fernández de Avellaneda, Alonso

En el verano de 1614, cuando Cervantes dedicaba a su Persiles y Sigismunda el tiempo que debiera dedicar a la prometida segunda parte de su Quijote, cayó en sus manos un libro que le conturbó: Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas, burlescamente dedicado Al alcalde, regidores y hidalgos de la noble villa del Argamesilla, patria feliz del hidalgo caballero don Quijote de la Mancha. En el prólogo se vio tratar de viejo, tullido, agrio, envidioso, maldiciente, escritor caduco, hombre sin amigos…; pero aquel Quijote le espoleó a completar lo que quizá nunca habría acabado, le sugirió aventuras urbanas para sus personajes, mayor protagonismo para Sancho… Es gracias al fingido Avellaneda que el refrán ‘Nunca segundas partes fueron buenas’ tiene excepción que lo confirme

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