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El asunto del humorismo suele constituir una incomodidad insalvable en los tratados de estética. Chesterton quiso soslayarla diciendo que "intentar definir el humor demuestra falta de humor", y no es posible culparlo demasiado por esta retirada ingeniosa: Desde que Galeno fundó oficialmente la teoría de los humores hasta nuestros días, pocas palabras fueron tan propicias al caos, tan laboriosamente malentendidas. Dos equívocos pertinaces protegen la confusión. Uno consiste en suponer que el humorismo es algo así como un género literario. El otro, en confundir humorismo con buen humor. Pero el humorismo no es un género, sino una actitud ante el mundo que se encuentra en todos los géneros; no hay verdadera obra de arte que no la incluya de algún modo. Y no se trata de una actitud alegre: Los últimos límites del humorismo lindan más con los laberintos de la desesperación que con el decorado de la felicidad convencional. En realidad, el humorismo es malhumorado, un incursor de los mismos territorios que ambicionan la úlcera, la demencia y el suicidio.