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Aquella pugna entre antagónicas concepciones sociales habría de causar una víctima inocente: la infanta Doña Juana, «La Beltraneja», cuyos innegables derechos al trono de Castilla dependían de la legitimidad o bastardía de su nacimiento. Desde luego, la poco envidiable fama del rey Enrique IV, su padre putativo o auténtico, resultó, en definitiva, fatal para ella, y a la vez argumento poderoso del que usaron, y quizás abusaron, tanto los partidarios de Isabel, hermana del Rey» como los de su esposo el Infante de Aragón. Sin embargo, a las interioridades de un pleito familiar, con sus bajezas y detalles escabrosos, se sobrepuso, en la resolución del pleito, una circunstancia mucho más decisiva: las aspiraciones de la niña- infanta Doña Juana se identificaban con un mundo en trance de desaparecer; los jóvenes Isabel y Fernando, en cambio, eran personificación de las nuevas fuerzas sociales que con ímpetu arrollador irrumpían en el orbe occidental.