Proust, Marcel
“La prisionera” nos muestra el envés del sentimiento amoroso, plasmado en Albertine, la mujer de la que cree enamorarse el narrador y a través de la cual se reflexiona sobre las diversas facetas del amor, con especial hincapié en los celos. “La fugitiva” desarrolla el tema del libro anterior, sumiendo al narrador en el convencimiento de que nada es perdurable, de que todo mutable, frágil, como la memoria de la que hace uso y en la que se refugia debido a su enfermedad. El músico Vinteuil, uno de los lejanos moradores del camino de Méséglise, se ha revelado como un auténtico genio, sobre todo a raíz de la composición de su magnífico Septeto. Mientras recuerda a Charlus cada vez más degradado por sus vicisitudes amorosas, el narrador cobra el convencimiento de que todas estas tribulaciones de la vida sólo pueden ser superadas por el ideal de absoluto que encierra en sí el arte, como queda patente en el ejemplo brindado por Vinteuil. Al hilo de estas reflexiones, advierte también que ya no siente amor hacia Albertine, por lo que se dispone a ponerla en libertad; pero la joven se fuga antes de tener noticia de su inminente liberación, circunstancia que vuelve a encender la pasión del narrador. Posteriormente, la muerte accidental de la antigua \"muchacha en flor\" incrementa esta pasión amorosa -ya definitivamente inútil- del protagonista. La confusión crece -tanto en los lectores como en el propio personaje- cuando el narrador se enamora de nuevo de una joven a la que en un principio no identifica, pero que resulta a ser Gilberte, la hija de Swann; pero ésta contrae matrimonio con Robert de Saint-Loup, con lo que a estas alturas del ciclo confluyen, por fin, los caminos de Méséglise y Guermantes. En la línea de tantas otras sorpresas como ha recibido a lo largo de su tortuosa peripecia amorosa, el narrador tendrá pronto ocasión de conocer que Robert es homosexual, como su tío Charlus.