Lautréamont, Isidore Ducasse, conde de
El primer efecto producido por la lectura de este libro es de asombro: el énfasis hiperbólico del estilo, la salvaje rareza, el vigor desesperado de la idea, el contraste de ese lenguaje apasionado con las más insípidas lucubraciones de nuestro tiempo, arrojan de antemano al espíritu en un profundo estupor. Alfredo de Musset habla en alguna parte de lo que él llama «la enfermedad del siglo»: es la incertidumbre del futuro, el desprecio del pasado, o la incredulidad y la desesperación. Maldoror está contagiado por ese mal, se hace perverso, y dirige hacia la crueldad todas las fuerzas de su genio. Primo de Chudre-Haroid y de Fausto, conoce a los hombres y los desprecia. El ansia le devora, y su corazón, siempre vacío, se agita sin cesar en sombríos pensamientos, sin poder alcanzar nunca ese fin vago e ideal que busca y adivina. No seguimos con el examen de este libro. Hay que leerlo para sentir la poderosa inspiración que lo anima, la desesperación sombría que se derrama por sus lúgubres páginas. A pesar de sus defectos, que son numerosos, la incorrección del estilo, la confusión de los cuadros, esta obra, creemos nosotros, no pasará confundida entre las demás publicaciones del momento: su originalidad poco común nos lo garantiza. EL DESTINO DE ISIDORE DUCASSE Isidore Ducasse nació en 1846 en Montevideo, de padres franceses. Hizo estudios secundarios en Francia, en el colegio de Tarbes y en el liceo de Pau, donde permanece interno; luego marcha a París para preparar el ingreso en la Escuela Politécnica. Bajo el pseudónimo de «Conde de Lautréamont» publica, en 1869, una obra en prosa poética, los Cantos de Maldoror, que pasa totalmente inadvertida; después publica bajo el título paradójico de Poesías dos fragmentos de prefacio para «un libro futuro» que jamás fue escrito. Muere tuberculoso en 1870. Su obra fue exaltada después de 1920 por los surrealistas; ella figura hoy como una expresión particularmente intensa de la desesperación y del frenesí romántico.