Leavitt, David
Denny Denham es la secretaria y amante de Ernest Wright, psicoanalista y director del departamento de psicología de la Universidad de Wellspring. Es bastante gorda, y bastante opaca pero, como dice ella misma, nunca ha tenido ninguna dificultad para atraer a los hombres; las verdaderas «mujeres fatales» no son siempre las guapas, y las esposas deberían vigilar de cerca a las secretarias eficaces. Pero Denny también es amiga de Nancy, la esposa de Ernest -toca con ella el piano a cuatro manos-, y resuelve todos los pequeños problemas cotidianos de la familia, y la confidente de los hijos, entre los que se encuentra Ben, un quinceañero insoportable herido por la literatura que sólo quiere ser poeta. Y, sobre todo, es la narradora de la historia.El Día de Acción de Gracias de 1969, Denny acude a la gran cena que dan los Wright, y a la que asistirán dos invitados muy especiales, la seductora Anne, que fuera amiga íntima de Nancy, con la que tocaba el piano antes de marcharse de Springwell, y Jonah Boyd, su nuevo marido. Jonah es un escritor casi consagrado, un alcóholico redimido -¿en la cuerda de Raymond Carver?-que viaja acompañado de los cuadernos donde está escribiendo su gran novela, esa obra tan esperada desde hace tiempo por su agente y sus editores, y por la cual ha cobrado ya un anticipo. Y esa cena -un admirable, fulgurante despliegue narrativo de David Leavitt-, y los días que vendrán, son el oscuro, turbio corazón de la novela, el escenario del crimen. Aunque no haya un cadáver, y no se sepa hasta mucho tiempo después quién fue la víctima, y la causa y el origen de las heridas. Y la secretaria, esa joven mujer al parecer tan gris, esa nadadora en las corrientes de los deseos ajenos, que siempre ha estado fascinada por Ernest y Nancy, el matrimonio Wright, por ese tenue, delicado equilibrio de deseos confesados e inconfesables que es toda familia, nos desvelará años más tarde el secreto de lo que pasó en aquellos días, y que cambiaría vidas, muertes y literatura.«Una novela muy inteligente, y muy satisfactoria por tres razones: la primera, el planteamiento del problema de la originalidad literaria como un trágico acertijo moral. La segunda, la espléndida construcción de la trama, que se resuelve con la precisión de relojería de una novela victoriana. Y la tercera, y más importante, el puro placer que nos da leer las enérgicas, agudas y a menudo divertidísimas observaciones que una secretaria de intelectuales y académicos hace sobre sus patrones. Estoy convencido de que Jane Austen habría admirado esta novela, habría disfrutado con ella» (The Washington Post).