Candel, Francisco
Casi es obvio advertir que la historia que aquí se cuenta es la del «asesinato» de un paisaje. Más aún, de ese paisaje que, por su cercanía, había conquistado carta de ciudadanía, como cualquier vecino de la urbe. Primero, son los inmigrantes que, por etapas, van depositando su sustrato humano, y lo envuelven en chabolas y barracas. Luego, es la industria que, doblemente, asesina, mata el campo y las barracas. Probablemente, es de un romanticismo trasnochado la pretensión de detener esa avalancha civilizadora. Y junto a la aventura del paisaje, paralela, corre la aventura del hombre, que, nacido en condiciones infrahumanas, sucumbirá al sino que le marca desde su nacimiento.