Candel, Francisco

Si en «Hay una juventud que aguarda» la narración derivaba hacia el ensayo, en DONDE LA CIUDAD CAMBIA SU NOMBRE, lo que se cuenta prima sobre el comentario y la reflexión. El escritor se mantiene -o hace los imposibles por mantenerse- voluntariamente alejado de sus personajes y de la trama. Una objetiva actitud que no implica, necesariamente, frialdad. Quizá todo lo contrario. Porque al detenerse -a veces, incluso al recrearse- para contarnos las reacciones que ante un mismo hecho experimentan estas gentes -allá donde la ciudad se transforma en barrio-, lo hace con tal acento de verdad que, por toda la obra, campea el lirismo más delicado e íntimo.

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