Paasilinna, Arto

En el jardín de una casita roja, en la quieta campiña de los alrededores de Helsinki, una viejecita grácil esta regando su arriate de violetas. Las golondrinas vuelan gorjeando, los moscardones zumban, un gato dormita en el prado. Pero el idilio sólo es aparente: la vida tranquila de Linnea Ravaska, octogenaria viuda de un coronel, es emponzoñada por una banda de malhechores que llega regularmente cada mes de la capital para arrebatarle su escasa pensión.

El desnaturalizado nieto Kauko y sus dignos acólitos, Jari y Pera, no se contentan con despojarla sino que destrozan todo lo que encuentran a su paso, torturan al gato, golpean por puro placer, roban, ensucian, destruyen, sin que Linnea ose rebelarse, hasta el fatídico día en que decide no soportarlo más.

Kauko la obliga a firmar un testamento en su favor, y la coronela, aterrorizada por haber sellado su condena, llama a la policía y huye a Helsinki, a casa de un viejo amigo médico de familia.

La guerra y la venganza del trío infernal podrían convertirse en una pesadilla digna de La naranja mecánica, la novela de Burgess que Kubrick llevó al cine, si Paasilinna, verdadero virtuoso de la comicidad, no prefiriese la vía de la farsa, el divertimento y la paradoja para expresar sus críticas a una sociedad cuyos males, hipocresías y problemas observa con toda lucidez.

Vejez olvidada, juventud marginada, choque generacional, desmoronamiento de las instituciones, droga, alcoholismo, sida: todo se divisa en filigrana en las rocambolescas peripecias de la simpática viejecita, que pasea armada con una Parabellum y una jeringuilla de venenos letales, siempre preparada para elegir la vía del suicidio para huir de las garras de sus esbirros. En la confrontación, sus verdaderas armas acabaran siendo el candor, una ingenua crueldad y su incansable defensa de la propia dignidad; la brutalidad de La naranja mecánica se convertirá en un alegre Arsénico por compasión con unos pellizcos de Kaurismäki: con sus mágicas dosis de humorismo y de invectiva genial, las pociones de Paasilinna son tan irresistibles como felizmente intoxicantes.

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