Saul, John
—¡Vete! —gritó Susan— déjame sola.
Su rostro se contrajo, deformándose, hasta formar una máscara de terror. Giró sobre sí misma y huyó, precipitándose en el torbellino gris de la niebla. Implacable, Michelle la siguió.
—¡Quédate aquí! —susurró la voz—. Déjame hacerlo a mí. Yo quiero hacerlo.
Michelle permaneció inmóvil, oyendo, esperando.
Cuando vino el alarido, era como en sordina, como flotando. Ella sintió entonces que la extraña niña estaba nuevamente junto a ella, casi dentro de ella.
—¡Lo hice! —susurró la voz—. Yo le dije que lo iba a hacer. Y lo hice.
Las palabras retumbaron dentro de su cabeza.
Michelle comenzó a caminar lentamente hacia la casa. Cuando llegó a la vieja mansión, el sol brillaba nuevamente.
Era una clara mañana de otoño.
El único ruido era el grito de las gaviotas...