Díaz-Plaja, Fernando Díaz-Plaja

La historia está mucho más cerca de la actualidad de lo que la gente se imagina, y el pasado manda habitualmente en el presente. Así, los problemas del gobierno soviético en Bakú tienen su origen en el remoto 1796, cuando las tropas de Catalina II entraron en ese puerto en la victoriosa ofensiva hacia el Sur, lo cual permitió a Rusia asomarse a los mares Caspio y Negro de donde no se ha movido hasta hoy. Esa incorporación fue uno de los regalos que Catalina, la princesa que pasó de una pequeña corte alemana a zarina de todas las Rusias, hacía a su patria de adopción. La llamaron Catalina la Grande y lo fue en todo. Causó admiración durante su vida y aún muchos años después de su muerte. Se comentaba en toda Europa su aventurada ascensión al trono rebelándose contra su marido, el zar; sus relaciones con los intelectuales franceses, entre ellos Voltaire y Diderot, que la adoraban. Había rumores sobre los numerosos amantes que compartían su lecho, aunque nunca su poder; su astucia en política internacional, respaldada por un ejército bien organizado y fuertemente armado, la cínica duplicidad de sus declaraciones liberales para el extranjero y sus actos absolutistas dentro de sus fronteras. Fue odiada por muchos y adorada por más. Hoy en la ciudad de Leningrado, que en su tiempo se llamó San Petersburgo, su estatua indica la estima de un pueblo que, aun dentro de un régimen muy distinto, quiere mostrar eternamente su admiración a una mujer que le rigió tan dura como sabiamente.

Usuario: anonimo

Descargado: 0

Descargas directas:0

Descárgalo en cualquiera de estos formatos:

FB2

ePub

Mobi

Volver