Pujadas, Cristina

Ruidos, olores, que me son totalmente desconocidos. La bruma cubre todo cuanto me rodea y me aferro a ella para no sentir el dolor. Los recuerdos. Markel. ¿Qué había descubierto mi hermano? ¿A quién había encontrado exactamente? Los momentos de lucidez venían tan pronto como desaparecían y allí, en medio de todos ellos, un ruido. Un roedor. Y mis cadenas cayendo al suelo. Libre. El velo lo cubre todo, pero juraría que sentí el viento en mi piel. Olores, tan próximos, que casi parecería que si elevaba la mano sería capaz de tocarlos. Me escondí más adentro, en lo más profundo de mi inconsciencia, negándome a creer la realidad que parecían transmitirme mis sentidos. Y, de repente, el calor abrasando mi cuerpo. Magia. Una magia que me era conocida. El león despertando de un largo letargo mientras mis heridas empezaban a recuperarse y, en mi oscuridad, brillaba la luz de una risa femenina. Su olor, su presencia, me acompañaron durante largas horas. Fue su ausencia la que me obligó a buscarla; a abrir los ojos y analizar la que era mi nueva realidad. A despertar. Para vivir mi propia historia.

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