Whitehouse, Lucie

Mientras pasea sin rumbo en la gélida oscuridad, a Kate le vienen a la memoria las advertencias de Helen: fuera de temporada, la isla de Wight es un lugar permanentemente húmedo, frío y desolado. Sin un alma, nadie con quien trabar conversación, aislamiento absoluto. Un buen lugar donde esconderse, justo lo que había ido a buscar. «Quédate sola, si es eso lo que quieres», decía Richard en uno de sus mensajes. No, no era eso lo que ella hubiera deseado, pero no tenía otro camino. Al poco de llegar a la isla, Kate ve cómo remolcan hasta la costa una lancha vacía: una mujer ha desaparecido tras haber salido a navegar sola. Los guardacostas, ignorantes de si sigue con vida o no, porfían en su búsqueda; en la orilla, taciturno e insondable, la aguarda [su marido... Quizá también Richard la aguarde a ella. Hay momentos en los que la idea de regresar a Londres se vuelve casi irresistible para Kate; sólo tiene que subir al ferry y cruzar ese estrecho brazo de mar que la separa del bullicio, las luces y el gentío, para asegurarse de que el mundo sigue existiendo. Pero no lo hará, no por el momento. A pesar de que, y aunque se odie por ello, en algún rincón de su interior todavía desea estar con él, borrar la última semana, recuperar la relación tal como era antes. Antes de descubrir que le había mentido. Antes de aprender a temerle.

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